La trasescena de la propuesta de volver público el servicio de aseo

Dinero, política y canecas

El mundo del reciclaje en Bogotá.

Este es mi territorio.

Don Raúl sonríe, a sus 57 años, mientras saluda a los vecinos, que lo reconocen o lo llaman, para entregarle una, dos bolsitas, que él echa al triciclo rumbo al “parche”, una esquina de un parque en la calle 96 con 13, su esquina, donde Sonia Janeth, su esposa, lo espera para clasificar el material.

Cartón a un lado, plástico al otro, chatarra, periódico, botellas de PET, que es un tipo de plástico impronunciable, y en un costal aparte la papelería de oficina en buen estado, porque a esa se le llama “archivo” y en la bodega pagan 390 pesos el kilo.

Don Raúl se ha pasado más de cuarenta años recorriendo la ciudad –en carreta,  a pie, en remolcador de pedales- desde los años en que su madre gritaba “botella papeeeel” a todo pulmón, para luego llevar lo recogido a las bodegas de El Cartucho, cuando al cartucho no se lo habían tomado los jíbaros. Entonces el reciclaje se pagaba bien. Los recicladores eran pocos. Se trabajaba solo. Y triunfar era ganar en “la guerra de la bolsa”, es decir, hacerse al reciclaje que estaba en la calle, a puño limpio o con machete. Y cuando triunfar era, también, hacerle el quite a los tombos, para que no le quemaran la carreta y  se lo llevaran detenido.

Las cosas han cambiado mucho desde entonces. Don Raúl y Sonia Janeth salen a las 4:00 AM de su propia casa en Soacha, montados en una Ford amarilla de platón, modelo 88. Trabajan ocho a diez horas alrededor de su parche en El Chicó, y recogen por quincena entre una y dos toneladas de material, que le venden al Centro de Acopio Pensilvania, en Puente Aranda. Entre los dos pueden ganar 900 mil pesos mensuales. Como pertenecen al grupo de 98 miembros de la Organización de Recicladores de Chapinero y esta, a su vez, hace parte de la Asociación de Recicladores de Bogotá (propietaria, entre otras, de la bodega Pensilvania), ya no tienen que esconderse de los policías ni andar matándose por una bolsa.

–Cuando uno se organiza las cosas cambian–dice Don Raúl.

–¿Y si algún reciclador se viene a este parche?

–Pues no lo dejo– responde –Este es mi territorio.

Según cálculos oficiales, las más de ocho millones de almas que habitan Bogotá producen 7.500 toneladas de desechos diarios. De esta cantidad, la ciudad sólo recicla el 20% (la mayoría residuos sintéticos), a través de una compleja red de recicladores solitarios, recicladores asociados, intermediarios y bodegueros de todos los tamaños.

Algunos dicen que hay 19.000, otros 15.000. El Distrito calcula hoy que 11.0000 recicladores como don Raúl le venden a unas 1.400 bodegas y centros de acopio informales lo recogido en calles, centros comerciales, conjuntos residenciales y otras grandes fuentes de producción de residuos reciclables. Estos, a su vez, negocian con clientes industriales –el Grupo Familia, por ejemplo, compra papel de archivo para hacer papel higiénico–, en un negocio que mueve hoy $55.000 millones de pesos, según la Asociación de Recicladores de Bogotá (ARB).

No hay nadie que conozca el sector que no coincida en que el reparto de la cadena de valor es sumamente asimétrica. Los cálculos más optimistas, provenientes de la ARB, indican que de cada $10 que vende el bodeguero, $2 le quedan al reciclador Otros, como el experto en residuos sólidos de la Universidad Manuela Beltrán, Júber Martínez, aseguran que por cada $10 que vende un bodeguero, solo $1 le queda a los recicladores primarios. Martínez fue responsable, durante la pasada administración, del programa de reciclaje en la Unidad Administrativa Especial de Servicios Públicos.

Cualquiera que haga los cálculos, descubrirá que en promedio un reciclador raso en Bogotá se gana máximo un millón de pesos, al año. Y ya.

“¿Usted de qué lado está?”

El negocio está malo, dice don Raúl. Los precios de venta del material han bajado; el cartón, por ejemplo, perdió valor una, dos, siete veces en 2012. Y para colmo, ahora la basura se la llevan “los intermediarios”, dice Sonia Janeth. Y explica, no sin cierto temor, que los intermediarios son “todos esos” que logran tener camiones, esos que pasan por la noche negociando la basura  con los porteros, con las empleadas del servicio, con los administradores de los conjuntos. Esos que tienen básculas arregladas para pagarle al reciclador cualquier cosa. Esos.

Y es que eso es curioso. Pese a la caída de los precios, muchos quieren entrar al negocio. Muchos grupos poderosos, dicen. “Por eso el Distrito ha buscado desplazarnos”.

-¿Usted de qué lado está?- le pregunta Janeth al periodista.

-¿Y acaso cuántos lados hay?-

Y lados hay muchos.

Entre 2005 y 2010, la población de recicladores de Bogotá aumentó en un 30%, según un censo realizado por Instituto de Estudios Ambientales para el Desarrollo de la Universidad Javeriana. Más de 3.000 recicladores entraron a competir con las organizaciones tradicionales y legendarias de la ciudad. Y muchas formaron, incluso,  de la mano de empresarios interesados en el negocio, nuevas asociaciones, que bajo la pasada administración cobraron enorme fuerza en la ciudad.

Pero esos nuevos recicladores son, quizás, lo menos preocupante. Luego están los grandes empresarios del reciclaje. Y entonces los recicladores de siempre no pueden dejar de maldecir a Tomás y Jerónimo Uribe, hijos del expresidente Álvaro Uribe, y a la Ley que bajo su mandato “intentó prohibir que los recicladores recorrieran las calles”.

Pero Tom y Jerry, como los llaman muchos por acá, tampoco constituyen la mayor amenaza. Lo más preocupante son los cuatro operadores del aseo en Bogotá. Esas cuatro empresas a las que, en 2003, Antanas Mockus les entregó el negocio exclusivo de recolección de basura ordinaria, basura que los camiones de Lime, Ciudad Limpia, Atesa y Aseo Capital, recogen y botan en el Relleno Sanitario de Doña Juana Un negocio por el que en 2011 facturaron alrededor de $300.000 millones. Y que incluye, desde 2003, rutas de reciclaje.

Por eso es que en 2003 los recicladores dijeron: “El Distrito nos quiere sacar”.

Por eso es que entonces entra en esta historia una mujer llamada Nora Padilla. Y un fallo de la Corte Constitucional que aún nadie ha podido acatar.

Nora, Silvio y la Corte

Sentada en la mesa, diagonal al alcalde Gustavo Petro, no hay nadie que lo pueda poner en duda: Nora Padilla, presidenta de la Asociación de Recicladores de Bogotá,  es la mujer más poderosa del gremio de los recicladores de la ciudad. Al extremo opuesto, también diagonal al alcalde, su esposo, Silvio Ruiz –legendario líder reciclador de Manizales, y a quien Darío Arizmendi hizo famoso en los noventa con una entrañable entrevista en su programa Cara a Cara que hoy se encuentra en You Tube-, es un complemento perfecto para una negociación que, a toda costa, es una de las más críticas  que ha sostenido el alcalde desde que llegó al poder.

Padilla –hija de una pareja de desplazados en La Violencia de los 50, convertidos en recicladores a su llegada  al barrio Las Cruces- se conoció con Ruiz en los noventas, cuando ambos andaban aprendiéndole a los paisas y a los barranquilleros a formar asociaciones de recicladores urbanos y enfrentar una panorama hostil, que le entregaba a grandes operadores privados el negocio de las basuras.

Se enamoraron.

Se casaron.

Y a finales de  2002, cuando el entonces alcalde Antanas Mockus se preparaba a licitar por siete años la recolección de basuras en las seis áreas de servicio exclusivo en que está dividida la ciudad, entutelaron los dos al Distrito, por considerar que la licitación ponía trabas a los recicladores para entrar en el negocio, y asignaba rutas de reciclaje para los privados dejándolos a ellos en evidente desventaja.

Tras dos rechazos en primera y segunda instancia, la Corte Constitucional decidió a su favor, seis meses después de entregada la licitación. Y en un fallo sencillo y breve –tan sencillo y breve que, como los haikus, enredó desde entonces a todo el mundo– el magistrado Jaime Araújo Rentería conminó al Distrito a que “en futuras ocasiones incluya acciones afirmativas a favor de los recicladores de Bogotá, cuando se trate de la contratación de servicios públicos de aseo”.

El Distrito sin embargo, no logró hacerlo. El año pasado, y luego de haber prorrogado por un año los contratos de 2003, la Uaesp propuso una nueva licitación  en la que se realizó una interpretación del fallo de la Corte –para el Distrito, ingenua; para los recicladores, malintencionada- y en la que convertían a los recicladores en socios industriales de los grandes recolectores de basura tradicional.

“¡Era loquísimo, no había razón para asociarlos! La Corte nos obligó a mezclar ricos y pobres. Y eso no se puede”, asegura un funcionario de la entidad en tiempos de la licitación del año pasado, que pidió la reserva de su nombre.

Pero el asunto era más grave. La licitación mezclaba el negocio de recolectar basura y botarla en un relleno con el negocio de recuperarla y reciclarla. Y le abrió a los  grandes operadores, como el representante de uno de ellos le admitió a El Espectador, la oportunidad de asumir las rutas de reciclaje, vinculando a los recicladores como  grandes socios para luego excluirlos de las utilidades vía subcontratación y magia contable.

Padilla sonó la alarma y volvió a acudir a la Corte. Y el 18 de agosto de 2011 la Corte frenó la licitación. Vino entonces una primera adición a los contratos. Y luego otra. Y otra más –ya en la era Petro- que caduca el próximo 18 de diciembre, fecha en la que el alcalde anunció que la Empresa de Acueducto y Alcantarillado de Bogotá asumiría la operación exclusiva de la recolección de las 7.500 toneladas de basura que produce la ciudad, de la mano de los recicladores.

¿Y adivinen qué?

Eso a Nora Padilla y a Silvio Ruiz, y a los más de 11.000 recicladores y 1.400 bodegueros que ellos representan, tampoco les gustó.

Petro y los recicladores

-Yo le voy a explicar a usted el plan A y el plan B de Petro.

Se llama Flor María Ramírez, todos los días recorre la ciudad con un costal al hombro, de 3:00 PM a 6:00 AM, y es líder de una de las 150 asociaciones de recicladores que hoy componen el complejísimo “pacto gremial” de recicladores, carreteros y bodegueros grandes y pequeños que, pese a sus diferencias, se formó en los últimos meses para negociar con un adversario común: el Distrito.

-Petro nos dijo la semana pasada que mensualmente los cuatro operadores se ganan $26.000 millones por recoger la basura y botarla en doña Juana. A nosotros, en cambio, que le hacemos un bien a la sociedad, no nos pagan nada. Entonces él quiere que los operadores reduzcan las tarifas, y parte de esa plata nos llegue a nosotros. Lo que es justo: unos $5 mil millones mensuales.

Eso a los recicladores les suena. Eso, en realidad, es lo que había pedido desde el comienzo la Corte.

-Pero lo que pasa es que por buscar que los operadores bajen tarifas, a Petro los operadores se le pueden ir y dejarle la basura tirada por toda la ciudad. Por eso la semana pasada nos dijo: ¿Ustedes me podrían ayudar a limpiar toda la ciudad donde esto pase?

-¿Y ustedes qué le dijeron?

-¡Que claro que sí!-

La manzana de la discordia

En al reunión de la semana pasada –la primera, en todo el año- Petro logró poner a Nora Padilla y Silvio Ruiz de su lado. O, por lo menos, garantizar que no vuelvan a salir a medios, como lo hizo Padilla en El Espectador, a rechazar una aventura que podría costarle hoy la alcaldía.

Pero el asunto está de lejos de ser una luna de miel o estar exenta de conflicto.

Aunque Padilla y Petro conectan en lo conceptual, en realidad la primera choca profundamente con los funcionarios de la Uaesp –que hasta hace poco no tenía un director en propiedad, y que sigue despidiendo a los funcionarios que conocen el tema–, especialmente en lo que respecta al plan que tiene la entidad para formalizar todo la compleja red informal que ha reciclado la basura de la ciudad por décadas.

Mientras que la Uaesp propuso –con aprobación de la Corte Constitucional– desmontar las  bodegas actuales que operan en la informalidad  y que no cumplen con la normativa vigente, y entregarle 60 centros de acopio nuevos a los recicladores, para que ellos los operen y se repartan las utilidades por igual, Padilla defiende a los bodegueros actuales y no cree que la solución sea desmontarlos. “De ellos comen miles de familias”, asegura.

Pero tanto altos funcionarios como exfuncionarios del Distrito, directamente involucrados en este tema y consultados por este diario, consideran que los bodegueros se resisten a la nueva propuesta porque ésta cortaría a un intermediario en la cadena y se acabaría la desigual diferencia de ganancias que existe entre ellos y los recicladores de a pie.

Padilla rechaza esta visión: “Esto no se soluciona eliminando a nadie, se soluciona reconociendo a las organizaciones e  incluyendo en la tarifa que pagan los bogotanos lo que se merece el reciclador”, asegura.

Así se lo hizo saber en la reunión de la semana pasada al alcalde, sentada  en diagonal a él, con su esposo al frente, y miles de los bogotanos más pobres delegándole la vocería desde la calle. Así se lo hizo saber, con una frase que debió retumbar con indudable incomodidad, sin duda, en los oídos de Gustavo Petro:

-Sería muy aburrido ir a la Corte Constitucional, alcalde, a ponerle quejas.

Fuente: http://www.elespectador.com/noticias/bogota/articulo-385119-dinero-politica-y-canecas